El odio es siempre del otro

Por Carlos Rodriguez San Martín
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Cristina Fernandez, juicio, Argentina, corrupción
Foto: Federico Lopez Claro

Pocos días antes del frustrado atentado contra la viuda de Néstor Kirchner, se habían registrado manifestaciones de apoyo de sus simpatizantes peronistas -que no son pocos, pero tampoco muchos- por la decisión de un fiscal federal de iniciar un proceso por corrupción con una pena de 12 años de cárcel contra Cristina Fernández. Según el fiscal, Cristina fue cabecilla de una asociación ilícita en la adjudicación de la obra pública en sus dos mandatos consecutivos. Y no sería raro que la investigación se amplíe abarcando uno anterior, es decir, el de su esposo. Los Kirchner gobernaron en total 12 años, el periodo reclamado por el fiscal. Un esquema largo muy común en el género de los populismos latinoamericanos de inicios del siglo XXI que administraron a piacere las arcas con el dinero público.

De la época se recuerda los cofres repletos distribuidos por Chávez, los dólares escondidos en el tanque del baño de un gabinete argentino, las bolsas repletas arrojadas por un subalterno del poderoso ministro De Vido por los muros de un convento de monjas. El relato es más largo de lo que se cree.

Una investigación que se trabajaba a nivel latinoamericano sobre la credibilidad de la clase política y sus instituciones democráticas arrojaba luces y sus promotores decidieron seguir a pesar del ataque contra la vicepresidenta argentina. En la conversación de la gente común –según la investigación- el juicio de Cristina, los incidentes de Recoleta y el propio atentado ni siquiera aparecen. Son parte de las discusiones y de los embustes de los políticos, que no tienen que ver con los problemas de la gente. En todos los países, cuatro de cinco ciudadanos están cansados de los políticos, de los partidos, de los congresistas, de los periodistas, de los curas, de todas las instituciones. Ni hablar de la gente que se va a la cama sin comer, de la deficiente educación y lo inalcanzable de los servicios básicos para gran parte de la población.

atentado, Argentina, CristinaLos órganos oficiales han agregado algunos datos sobre el agresor: que se trata de un brasileño solitario que radicaba en la Argentina. Pese a que su pistola no gatilló, lo han comparado con el autor del atentado de Uvalde, Estados Unidos, que mató a 21 personas, entre ellos 18 estudiantes menores de edad. El parecido entre ambos podría resultar en que ambos son marginales, criados en ambientes hostiles, sin familia y violentos. Individuos liberados con la sociedad interconectada.

En su perfil de Instagram se lo define como “cristiano” y en su cuenta predominan imágenes suyas en soledad: frente al espejo en el gimnasio –narcisista, no calificado- presumido de sus tatuajes –el sol negro nazi en el codo que los alemanes utilizaban como un amuleto de fuerza de la raza aria-.

Que el arma victimaria no haya percutido dice mucho del escaso nivel de profesionalismo mercenario tan arraigado en el mismo periodo. El caso es que en torno al intento de magnicidio se armó tal berrinche que derivó en un feriado nacional. El irrisorio azar de una victimización o el devastador límite de la clase política.

El atentado contra Cristina Kirchner desnuda el peligro de una sociedad expuesta a la confrontación permanente y la excusa de que el odio es siempre del otro.